Juan Gabalaui

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Todas las crisis encierran posibilidades de cambios. Diferentes, contradictorios o antagonistas. La crisis financiera y económica de la primera década del siglo 21 abrió la puerta de un cambio. Surgieron movimientos de indignados en muchos países, a lo largo del mundo, que cuestionaban los gobiernos de las democracias liberales y los excesos del capitalismo y querían, más como un deseo, atisbar otro horizonte más humano y democrático. Algunos fueron capitalizados por las que se llamaron fuerzas del cambio, siendo Syriza en Grecia y Podemos en España las más revelantes por sus habilidades para el acceso al poder. En Estados Unidos el movimiento Occupy precedió la aparición de Bernie Sanders frente a Hillary Clinton y el inefable Donald Trump. Esos movimientos de cambio vieron como Sanders fracasaba, como Syriza capitulaba, y se convertía en agente activo de aquellos que denunciaba, y como Podemos se diluía en el marco del parlamentarismo. La incapacidad de estos partidos, supuestamente en el eje más a la izquierda, contrasta con la capacidad de las derechas en maniobrar y capitalizar los periodos económicos, políticos y sociales tormentosos. El fascista Salvini en Italia, Farage y su Brexit en el Reino Unido, el auge de la ultraderecha en Alemania, con el movimiento Pegida y Alternative für Deutschland, la España nacionalista y ultra, la Francia lepeniana y sus movimientos identitarios y las victorias de Trump, Mauricio Macri, Sebastián Piñera o Jair Bolsonaro en el continente americano.

La barbarie normalizada

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