tlapil

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Gracias al sagrado trabajo asalariado (la chinga le nombran) los jueves debo despertar de madrugada. Aprovecho para ver las estrellas y quedarme escuchando el zumbido maquinal de la urbe aletargada. El paisaje del nuevo día permite contemplar la locura de quienes conducen sus flamantes automóviles; un camión repartidor se mete en el camino de un auto último modelo manejado por una mujer neurótica que se pone lívida de furia, y con los ojos desorbitados le mienta la madre al chofer que la bloquea. Toca el claxon como si de eso dependiera su vida, el del coche de al lado la increpa a gritos, ella hace muecas y no para de pitar. El día de la madre la imbecilidad humana se intensifica.