Hablamos de masculinidad tóxica y miles de masculinidades tóxicas se indignan. El discurso que pretende deconstruir una masculinidad ofensiva y privilegiada no provoca en primera instancia indignación sino confusión. Pone en cuestión lo que hemos pensado y hecho durante años, algo que nos dijeron que era lo correcto, lo propio de nuestra naturaleza. Se hacía porque era lo que correspondía a la esencia del hombre. El discurso feminista cortocircuita el aprendizaje de una manera vivir la masculinidad. La que agrede y violenta a la mujer, que ha sido asimilada como la natural en las relaciones hombre y mujer. Lo que nos han enseñado, ahora nos dicen que no es bueno. Esto desconcierta hasta al mas recalcitrante. La indignación surge en la relación con iguales, en los grupos de hombres en los que se refuerzan esas ideas que son cuestionadas por el discurso feminista. Es en la relación con mi igual donde reafirmo mi esencia, la que me dijeron que me tocaba por ser hombre, y convierto el discurso que invita a reflexionar en un ataque a mi naturaleza. Niego ser agresor para convertirme en agredido. Me siento atacado y devuelvo el ataque. Las redes sociales han permitido que discursos machistas, que se circunscribían al ámbito privado o personal, se convirtieran en públicos y que muchos se vieran reconocidos en las palabras de sus iguales. Ya dejaron de estar solos en una sociedad que empezaba a cuestionar la esencia del ser masculino. Ahora eran multitud.