Espiar está bien sí se hace contra los que no están en nuestro lado. También se les puede bombardear, expulsar de un país o meter en prisión. La cuestión no radica en si los hechos son censurables sino en quién lo hace. Si estafa un igual es diferente a si estafa un contrario. Lo primero es perdonable, se pueden encontrar motivos, minimizar, normalizar o ignorar. Lo segundo, nos rasgamos las vestiduras, sacamos el repertorio de reproches y las frases hiperbólicas. Estar en nuestro bando sirve para que los juicios sean más benévolos o para defender lo que se critica ferozmente en los antagonistas, los de enfrente. También para callarse. Gritamos frente a los otros y nos callamos ante los nuestros. Se puede espiar, estafar y matar siempre que sea a los otros. Si es a los nuestros, podríamos definirlo como atentados a la democracia o genocidios. La sociedad de la información se ha convertido en la sociedad de la confusión, de la irreflexión y del cinismo. Abominamos de los medios generalistas pero no dudamos en consumir información de páginas web, autodenominadas alternativas, que no contrastan, que convierten las opiniones en hechos incontrovertibles y que, en muchos casos, están dirigidas para manipular la opinión pública de determinados grupos políticos. Información que se viraliza y se asimila acríticamente. Cuenta más quién lo publica que la autenticidad del contenido. La rapidez con la que se consume la información hace imposible que se pueda verificar y contrastar. Al final se tiende a aceptar de forma acrítica todo aquello que coincide con un modo de pensar y soslayando las contradicciones que lleva, en muchas ocasiones, a defender aquello que se critica de los otros.