No es que se pida la socialización de los medios de producción. No. Se pide que podamos respirar un aire más limpio. Se pide que se puedan enterrar a los muertos de una guerra que acabó hace 80 años. Se pide respetar los derechos fundamentales de las personas que migran. Pedimos poca cosa. Nada que haga daño a nadie. Reducir la contaminación tiene un efecto positivo directo en la salud pública. Enterrar a nuestros muertos nos reconcilia con la historia y repara el dolor provocado. Respetar a las personas nos dignifica como sociedad. Ante esto, desprecio y burla. Durante estas décadas de la postdictadura se ha ido pisando con cuidado. Con cuidado de no despertar a la bestia. Las medidas de dignidad y reparación se fueron posponiendo porque no era el momento. Nunca parecía ser el momento adecuado. Nos decían que era hurgar en la herida, peticiones guerracivilistas o veleidades de la izquierda trasnochada. Las líneas rojas se marcaron en su momento y se tenían que respetar. El riesgo es el mismo de siempre. Represión.
Virtudes rebeldes
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