Juan Gabalaui

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El otro día leí un titular -me dio pereza leer el artículo- afirmando que, según un estudio, uno de cada cinco niños y niñas chinas tenían depresión o ansiedad después de finalizar el confinamiento provocado por la pandemia del COVID-19. Este tipo de afirmaciones son habituales entre los profesionales de la psicología y de la psiquiatría que auguran una llegada masiva de personas y familias a los recursos psicológicos y de salud mental. Es probable que así sea. No soy adivino. Pero la mayor parte de estos profesionales se refieren al confinamiento y a la pandemia como causa de los efectos psicológicos. Es evidente que es una variable que influye pero no creo que sea el motivo principal por el que las personas puedan sentirse tristes, lo cual entra dentro de la normalidad, o nerviosas, que también entra dentro de la normalidad. Acudir a los profesionales de la salud mental por efectos naturales, como la tristeza o los nervios, originados por situaciones vividas, sea una pandemia o el fallecimiento de un ser querido, es una anormalidad normalizada.

La sociedad que cura

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Hay un artículo que expone esa sociedad enferma centrándose en cómo tratamos a nuestros mayores: La mala muerte de nuestros mayores debería matar al sistema que la provoca.


Suelo decir que cada vez se me hace más difícil pasar por una persona sana en la sociedad enferma en la que vivo.


Al hilo de lo que expones, leo en Internet y lo veo en los/las vecinos/as del pueblo, que andan la mayoría buscando cosas con qué ocupar su tiempo: aprender nuevas habilidades, ver series, leer, etc.


No sé qué parte de todo ésto, y me refiero a las ciudades, tendrá que ver con la costumbre de vivir acelerados/as y con el mantra capitalista de que hay que actualizarse o morir (laboralmente), y más con la que tenemos encima.


Como llevo poco tiempo viviendo en un pueblo y no tengo referentes en el rural, supongo que mis vecinos/as buscan cosas que hacer porque en el rural siempre hay un tiempo para cada tarea durante todo el año, que es como llevan viviendo toda su vida, y ahora con el confinamiento se ven limitados/as para ciertas tareas, aunque sea mucho menos que en las ciudades.


Yo, que soy vago por naturaleza, reivindico el derecho a la pereza.

EVAnaRkISTO at 2020-04-26T17:20:39Z

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Una vez una compañera fue al médico por ansiedad y ataques de pánico y le dio la baja. Le preguntó en que empresa trabajaba y cuando se lo dijo, le contestó que hay empresas que enferman. No debía ser la primera baja de esa empresa que le tocó tramitar. A nuestro alrededor hay muchas cosas que nos afectan, pero si nos fijamos en los excluidos la cosa es más evidente. Los mayores arrojados en contenedores llamados Residencias, donde al igual que hay personas que les tratan bien, habría que analizar la pérdida de derechos y de dignidad que se produce en ese contexto. Cuidar no es dar una pastilla sino tratar con respeto y cariño a la persona. Podemos mirar otros excluidos. Los marginados, los "locos" o los inmigrantes. Y no queda otra que concluir que esta sociedad lejos de cuidarlos, les enferma. La práctica del cuidado ha sido vilipendiada conscientemente para convertirnos en culpables exclusivos de los que nos pasa. Si no tenemos trabajo, es porque no lo buscamos. Si nuestro sueldo es miserable, es lo que nos merecemos. Si nuestra casa es ruinosa, haberte esforzado más. Vago. 

Salud

Juan Gabalaui at 2020-04-27T20:49:25Z

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» Juan Gabalaui:

“[...] Una vez una compañera fue al médico por ansiedad y ataques de pánico y le dio la baja. Le preguntó en que empresa trabajaba y cuando se lo dijo, le contestó que hay empresas que enferman. [...]”

Yo me fui de la empresa para la que trabajaba porque tras varios años con ansiedad y depresión por la exigencia del empleo, el ambiente de trabajo se volvió irrespirable, y al final tuve claro que o me marchaba de allí o iba directo al cajón de pino.

EVAnaRkISTO at 2020-04-27T21:32:35Z