Juan Gabalaui

Juan Gabalaui at

Hace ya bastantes años tuve que hacer la objeción de conciencia del servicio militar en una residencia pública de personas mayores de edad. El edificio estaba al lado de la orilla de un río, en un barrio humilde de múltiples construcciones baratas y de mala calidad. La residencia no era una excepción. Tenía tres plantas. Una de ellas estaba destinada a personas dependientes. Allí conocí a Pablo, un hombre postrado en silla de ruedas y con muchas dificultades en el habla debido a una enfermedad degenerativa. Su habla entrecortada y una pronunciación imposible hacía muy complicado el diálogo pero con el tiempo pude interpretar y comprender gran parte de lo que me decía. Hablábamos y mucho. Con palabras y con gestos. Nos íbamos a dar una vuelta por la ciudad y, un día, al pasar por mi antiguo instituto me dijo que antes había sido un cuartel. Lo cual no me extrañó en absoluto. Le preguntaba por su familia y Pablo me decía que hacía mucho tiempo que no les veía. Me enteré de la dirección de unos familiares que no vivían muy lejos de la residencia y, un día, por la mañana, nos plantamos Pablo y yo en el portal. Llamé al timbre del telefonillo y contestó una mujer. Pablo estaba emocionado. Expliqué a la mujer qué hacía allí y al decir que estaba Pablo, colgó y se asomó por la ventana. Fue un momento inolvidable. Bajó a la calle con su marido y abrazaron a Pablo, bromearon y rieron. Yo les traducía lo que decía Pablo. Estaban felices. Se hacía tarde y tuvimos que marcharnos. Era difícil explicar cómo apreciando tanto a Pablo, no le iban a visitar a la residencia.

Un trato digno

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Excelente (y triste) artículo.

EVAnaRkISTO at 2020-05-17T20:27:57Z