El 15M dejó en fuera de juego a gran parte de los políticos, partidos y militantes. No sabían lo que eran y pretendían entenderlo con las claves interpretativas habituales. Muchos de ellos entendían que este movimiento tenía que traducirse en un hacer política al uso, concretar sus propuestas y convertirlas en un programa político. Era una manera, consciente o inconsciente, de llevar al redil lo que se escapaba a las lógicas ordinarias. Domesticación. Sometimiento. Esta opción no tuvo recorrido en el movimiento quincemayista, lo cual fue desconcertante para las fuerzas políticas mayoritarias y para muchas de las participantes de los primeros momentos, que se desconectaron a las primeras de cambio para teorizar, criticar y buscar la manera de aprovechar electoralmente la energía y el anhelo de cambio. Lo que trajo el 15M fue la experimentación de otra forma de hacer y participar en política. Las dificultades para entender este hecho explica los intentos de muchos de sus primeros participantes de encaminarlo por un territorio conocido, seguro y controlado. También muchas de las críticas, desprecios y teorías conspiranoicas que se manejaron en una parte de la izquierda tradicional, sobre todo de aquella que lleva perdida desde hace décadas, dando vueltas sobre sí misma y convencida de ser la vanguardia de algo. Los partidos mayoritarios respondieron con una mezcla de displicencia, halagos, menosprecio y, sobre todo, represión.
Todo controlado
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