Juan Gabalaui

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Es suficiente pasear por la ciudad de Madrid para evidenciar que la gestión de la tormenta Filomena es muy deficiente. Diez días después, calles intransitables en las que el peatón tiene que caminar por estrechos corredores entre hielo, nieve, agua sucia, y basura, carámbanos y lenguas de nieve en los tejados, anunciando una caída inminente, y una evidente falta de personal y medios municipales para reparar los daños producidos por el temporal. Una nueva situación excepcional vuelve a poner en relieve la incapacidad del sistema público para hacerla frente. No es solo que la red sanitaria, después de décadas de deterioro constante, se haya visto desbordada por la pandemia sino que cualquier otra desgracia, sea una enfermedad, un fenómeno atmosférico o una catástrofe ecológica, es una amenaza multiplicada ante la falta de previsión, prevención, planes de actuación y medios humanos y materiales. Este adelgazamiento de la capacidad de respuesta de una ciudad o de un país ante estas situaciones es producto de una estrategia deliberada. Cuando se decía que la estrategia de los partidos neoliberales era deteriorar los servicios públicos para fortalecer e enriquecer la acción privada, se hablaba de esto. En una realidad amenazante, las administraciones adelgazadas se convierten en incompetentes y ponen en riesgo la integridad física y sanitaria de la población.

Zona catastrófica

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